Un día antes de las elecciones

12 de mayo de 2021

Por Orlando Mora

Cuando supo que llegó la camioneta del partido a repartir víveres, se alegró. Su día estaba salvado. Esta semana podrá comer pasta de fideos. La semana que viene, dice, será lo que Dios diga.

Despensas en tiempo electoral.













Alrededor de las cuatro de la tarde un día antes de las elecciones llega una camioneta a la cancha de basquetbol, el punto céntrico del pueblo, con el logo del gobierno municipal, cargada con cajas de despensa que incluían bolsas de frijol, arroz, azúcar, aceite y sopa de fideos; playeras, gorras, machetes, cuchillos, cubetas. Con un altavoz llaman a los lugareños a que se acerquen a recibir su regalo. La gente llena el lugar en pocos minutos. Por el altavoz indican las condiciones para la entrega del obsequio.

—Este un regalo de parte de la presidencia municipal y de nuestro partido el PRI. Ustedes saben que sus problemas son una prioridad para este gobierno. Nosotros estamos aquí para echarles la mano. Somos el único partido que siempre se ha preocupado por los pobres, por los más necesitados. Vean ¿dónde están los otros que vengan a ayudarles? Por eso siempre hemos ganado las elecciones, porque estamos en contacto con la gente, como debe ser, ayudando, viendo por los demás. Nosotros somos el partido. Los demás son una bola de cínicos y de ladrones que solo buscan quedarse con el dinero que es para ustedes.

La gente aplaude emocionada. Julia, una viejecita, platica que ella siempre ha votado por el partido de México, porque tiene los colores de la bandera, el verde, blanco y rojo. Lleva unas chanclas desgastadas, una blusa blanca arrugada, una falda negra que usa cinco días a la semana porque solo tiene dos, del mismo color. Su rostro arrugado más por los golpes de la pobreza que por los años. Parece de unos 70 o más años; pero no, ella dice que tiene 60. Se ve así por la mala alimentación desde la infancia. Sus padres eran pobres y apenas tenían algo de maíz y frijol para sobrevivir día tras día. Sus abuelos también vivieron en la pobreza. Ella ya se resignó a morir en lo mismo.

Doña Julia se levantó preocupada, pensando en qué comerán hoy ella y su familia. No es que abra el refri y mire qué le falta. No tiene refri, tampoco una cuenta bancaria de ahorros. Su único ingreso es vender granos de maíz cosechado por su esposo a un comprador que pasa por el pueblo dos o tres veces por semana. Se le está acabando el maíz que tiene almacenado en su casa. Dice que quiere racionar su uso para que alcance hasta que llegue la cosecha de este año. Ha pasado tantas penurias en su vida que se acostumbró a vivir así. 

Cuando supo que llegó la camioneta del partido a repartir víveres, se alegró. Su día estaba salvado. Esta semana podrá comer pasta de fideos. La semana que viene, dice, será lo que Dios diga.

Viene sola; su esposo aún no regresa de la jornada agrícola. Trae una bolsa de mandado, que conserva de la última vez que el municipio vino a regalar cosas, hace como tres años. El rostro delata su alegría. Se forma en la fila y espera que alcance una despensa. La edad no es criterio para repartir, es la puntualidad. Si te formas primero puedes hasta elegir el regalo.

—Hagan una fila de este lado, una sola. Si no lo hacen no hay regalo. Y ya saben, deben traer copia de su credencial de elector para que reciban este beneficio que ningún otro partido les da. Si quieren seguir teniendo este apoyo deben votar por nuestro candidato el licenciado Morales. Si él no gana en esta localidad sabremos quién de ustedes votó por otro partido y habrá consecuencias.

Con el voto secreto no es posible saber si una persona determinada vota por cierto partido, pero los que reparten las despensas son astutos para coaccionar el voto a favor de su partido, haciendo creer al votante que ellos pueden saber si votan o no por el PRI.

A doña Julia no le interesan otros partidos, solo el PRI. Es por el que siempre votará, aunque a veces ni sabe quién es el candidato. Hasta donde ella recuerda, ve en persona al presidente municipal solo cuando este es candidato y anda en campaña; cuando gana la elección no se aparece nunca más por el lugar. Ella valora que el candidato visite su pueblo y la ayuden con despensa, aunque sea una vez un día antes de las elecciones.

Igual que en el resto del país, en este poblado el PRI arrasa en las elecciones de cualquier tipo. Es amo y señor del escenario político desde que las elecciones se permiten en México. Doña Julia espera que el partido vuelva a ganar, para que siga recibiendo el apoyo.

Luego de una hora esperando, es turno de la señora Julia. Un chico con gorra roja le pregunta su nombre y le pide la credencial electoral y una copia de esta. Ella saca un papel doblado en dos de su bolsa y lo extiende. Busca un poco y saca la credencial. El chico revisa la copia y la confronta con la credencial para descartar falsificaciones, como si doña Julia tuviera razones y recursos económicos para hacerlo. Anotan su nombre en un cuaderno, así como la clave de su credencial. 

—Todo está en orden, doña Julia. —Al tiempo que le regresan la credencial, pero no la copia; esa copia se la quedan para archivarla—. Ya sabe por quién votar, por el partido de México, el de los tres colores. Tenga, aquí está su despensa. Viene usted con suerte, es la última que nos quedaba y es para usted. 

—Gracias, muchas gracias. Que la virgencita les pague todo lo que hacen por nosotros. 

Doña Julia abandona la fila, cargando su caja de despensa en la cabeza. Se pierde en la lejanía al dar vuelta en una esquina. Su cita trianual partidista por hoy terminó, pero otras mujeres siguen en la fila y ya no hay despensas. Solo reciben cubetas, gorras, lo que sobra; lo bueno eran las despensas. Se acabaron todos los regalos y quedaron varias personas sin recibirlo. Son las últimas en abandonar el lugar, tristes y enojadas. Se preguntan en silencio si está bien seguir votando por el partido. Se resignan y se contestan que sí está bien. Y lo harán mañana, el día de la elección.

Hoy es domingo. Son las ocho de la mañana. Hay un ambiente inusual en el pueblo por ser día de votación. La casilla está instalada en la escuela primaria, que fue construida por el PRI. La gente ya puede votar. No es como en las ciudades donde se hacen largas filas; aquí no hay filas. El padrón es pequeño, de unos 800 ciudadanos. La gente llega una por una y votan. 

A eso de las nueve de la mañana, llega una camioneta, la misma que vino ayer a entregar despensas. Esta vez viene con varias personas a borde. Son los arreadores que van de casa en casa arreando cual ganado a la gente que recibió despensas a que paguen el favor yendo a votar por el PRI. Es la estructura, es la base, es la red, que tanto presume el PRI, que le facilita el triunfo. 

Doña Julia no esperó a que pasaran por su casa los arreadores. Llegó por su voluntad a la casilla, sola otra vez, con la misma ropa de ayer. Es fiel votante del partido de México. Cinco minutos después sale, con el pulgar derecho pintado en señal de que ya votó. Se aleja, como ayer, a paso lento entre las calles.

La red priista está en todos lados. Tiene gente en las calles y en la casilla. En la casilla para vigilar que la gente vote por el PRI, a pesar de que el voto es secreto. Ningún otro partido cuenta con esa red. Alardean de eso. Vociferan que ya van ganando cuando son las doce del día apenas. Esa es la idea: aplastar al rival sin darle ninguna oportunidad. La voz se corre entre las calles, que el PRI va arriba. La mayoría levanta el puño en señal de victoria mientras unos pocos reflejan tristeza de ver ganar, otra vez, al partido de siempre. Tienen la esperanza de que un día no muy lejano el PRI pierda por primera vez. Hoy toca aguantar la derrota.

La casilla cierra a las seis de la tarde. No pasa mucho tiempo cuando los resultados se pegan en una hoja de papel en la entrada de la escuela primaria:

PRI - 480 votos
PRD - 15 votos
PAN - 5 votos
PT - 10 votos

Es la historia política para los próximos tres años, en una región rural de Guerrero, en México. Es junio de 1991, un año cualquiera en tiempos del reino del PRI.



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